viernes. 19.04.2024

La doble vara de medir de una sociedad que padece un odio endémico hacia todo lo ajeno reluce con inquietante sordidez cuando las redes sociales, temerosas o despreocupadas por el avance del coronavirus, qué se yo, arremeten contra el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, por haber contraído el coronavirus. He leído toda suerte de insultos (no podía ser menos en esta guerra de trinchera que tenemos montada en España) contra el "capitán" ultra, pero lo que más me ha preocupado son la mofa y la risa, la burla constante que reclama casi la cabeza del político, al que tachan de irresponsable por ir con síntomas a un evento público como Vistalegre, como si no lo hubiera sido permitir la manifestación del 8M tras conocer la experiencia italiana.

Todos los que no simpatizamos con ese tufillo caudillista de Vox sabemos que el señor Ortega Smith no es precisamente el paradigma de la moderación y el diálogo. Son bien conocidos sus exabruptos contra el feminismo, contra los gays, contra la izquierda, contra los extranjeros, contra los refugiados y contra todo aquello que no comulgue con el santísimo magisterio de la formación verde, enemiga de la "dictadura progre".

Reconozco cierta intercedencia kármica en el contagio de los ultras de Vox, esa "España viva" de Canivell y compañía en La escopeta nacional, aquella misma que se mofa de manera irrespetuosa y exagerada del gobierno "socialcomunista" de Sánchez e Iglesias y solicita cerrar las fronteras para dejar fuera a los extranjeros, animales –en su discurso– portadores de toda suerte de patologías infecciosas y víricas. Sin embargo, me parece lamentable aprovechar unas circunstancias de crisis pandémica para burlarse del adversario y pedir, como hacen algunos, que "ojalá caigan muchos simpatizantes para limpiar el país de fachas". Una cosa es el chascarrillo fácil en privado y otra ser un necio o necia integral y mostrarlo públicamente.

Que los líderes de Vox han cometido una irresponsabilidad flagrante es más que evidente. Y, principalmente, Ortega Smith, que padecía los primeros síntomas gripales asociados a esta peculiar neumonía y no ha seguido el protocolo de actuación en caso de malestar. Un error descomunal al tratarse de un político de primera línea que está en contacto tanto con otros líderes nacionales (como Ana Pastor, expresidenta del Congreso de los Diputados, también contagiada) como con la gente que acude a sus actos, muchos de ellos gente de elevada edad. Pero, al fin y al cabo, es un error inconsciente. Nadie espera contagiarse hasta que se contagia. No será la primera ni la última equivocación que hemos cometido ni cometeremos.

Nuestras diferencias ideológicas no son un pretexto legítmo para cachondearse del sufrimiento ajeno, que nunca debe ser motivo de mofa, pues pone en peligro los valores de convivencia, ahonda en la brecha ideológica y, en consecuencia, debilita la democracia. No todo vale aunque seamos libres de decir lo que queramos. Hay unas barreras éticas que no se deben sobrepasar. Y lo digo sabedor de la poca simpatía que me despierta un hombre que no tiene el valor de mirar a la cara a una mujer víctima de la violencia de género que va en sillade ruedas por el tiro que le pegó su marido o que fue a romper un homenaje a una asesinada para promocionar ese ridículo e innecesario término de "violencia intrafamiliar".

La ética y la responsabilidad moral están por encima de cualquier trifulca ideológica. Sea de la índole que sea. Si queremos que los demás den ejemplo de moderación y diálogo, empecemos por nosotros mismos.

El coronel apestado